sábado, 9 de abril de 2011

Bermellón; rojo vivo.

Con este título conciso, rotundo, Chus, introduce al observador en el ambiente bohemio, en alza, de los barrios de Montmatre y Pigalle, en el París de finales del S. XIX.

Y digo observador y no lector, porque con un estilo directo no exento de dulzura y empatía, parece dibujar con las palabras, detalladamente a veces y con trazos ligeros y rápidos otras, tanto los sentimientos más profundos de los personajes como la realidad en la que están inmersos.

Montmatre, famoso barrio de la bohemia artística, salpicado de agradables cafés y cabarets, cuna de los impresionistas y de muchos de los grandes pintores y personajes relevantes que comenzaron su andadura en las noches de la bohemia parisina.

En el interior del café Mirliton (escenario central de esta historia) se reúnen durante la noche, un grupo de amigos (Rodolphe Danzars, Tapié de Céleyran, primo y protector de Heri, “El Veneciano orgulloso”, pintor, Charles McGregor, maduro poeta homosexual) alrededor de Henri, extraño y doloroso personaje de la vida nocturna de los cabarets.

Amigos, confidentes, con aspiraciones parecidas, con pasados difíciles; torturados por sus realidades, por destinos marcados, por sueños incumplidos, beben y comentan las noticias de “Le Courrier Française”, semanario ilustrado humorístico, literario y artístico, fundado por Jules Roques en 1884, en el que este grupo de bohemios, participan con algunos artículos. Le Courrier Française habla de las fiestas de Montmatre de los bailes, publica artículos sobre gente pobre, el circo, las meretrices, las canciones de Bruant.

En estas misma noches de conversaciones, de música, humo, risas, ruido, el local abre sus puertas igualmente a burgueses, políticos y militares atraídos por el ambiente trasgresor del lugar, provocado por las bromas y el carácter irónico e insolente de su dueño Aristide Bruant.

Bruant, cantante y comediante de tendencia anarquista, se gana a la clientela con sus canciones satíricas, ofensivas a veces y sus espectáculos picantes; con bailarinas provocadoras y jóvenes prostitutas cargadas de sueños y desilusiones a la par; pero el reclamo que consigue unir a todos, independientemente de su status o condición alrededor de las mesas, es la absenta

“El hada verde”, bebida de alto contenido alcohólico, es el afrodisíaco del alma, anestesia momentánea y reina indiscutible de la noche.

Todos los asiduos del Mirliton, tanto los que buscan diversión como los que desean olvidar, consiguen bajo su influjo la evasión perfecta de una realidad oscura y desesperanzada.

Se sienten aún más unidos alrededor de unos vasos de absenta comprobando como la alquimia líquida es capaz de transformar el dolor, la pobreza, los problemas en una euforia ligera, volátil.

Oscar Wilde, también conocedor del líquido precioso, describió sus efectos en una frase: “después del primer vaso uno ve las cosas como le gustaría que fueran, después del segundo, uno ve la cosas que no existen, finalmente uno acaba viendo las cosas tal y como son y eso es lo más horrible que puede ocurrir”.

La otra cara del cabaret (las mañanas, los despertares irreales entre la luz de las cortinas, la resaca, el salto brusco a la realidad, a la tristeza, a los problemas más acuciantes, más duros tras la amnesia provocada por el Hada) lleva al artista, ávido de éxito y escaso de fortuna, a la búsqueda de su musa o en su defecto, de una mujer, de una modelo, a quien plasmar en sus lienzos y cuadernos. La Plaza de Pigalle se llena con sus caballetes, con sus trazos y pinceles al aire, atrapando con ellos junto a la luz, ese rostro joven, ese cuerpo hermoso, de la muchacha anónima que presta su imagen a cambio de unas cuantas monedas,

La autora penetra en la soledad, en la desesperanza, en la confusión que provoca la salida del sol tras una noche oscura, cuando la luz no consigue desplazar las dudas, las inseguridades, los miedos.

Dibuja los valores humanos, con cuidado, con mimo, nos hace sentir el gran esfuerzo que realizan estos seres humanos por seguir, por no dejar la lucha a pesar de las difíciles condiciones de sus vidas, por creer en sí mismos. La ingenuidad de una juventud que a veces se permite soñar. Ensalza por encima de todo La Amistad.

La amistad, la soledad, inseparables, una aparente contradicción que se comprende perfectamente leyendo hasta el final estas páginas aunque su estela de melancolía continúa en nuestro ánimo después de cerrar el libro.

Chus, como Henri, que con sus pinceles va más allá de lo que el ojo ve, se convierte en una especialista en extraer de las personas su esencia “como un cirujano del alma”, y con ello consigue más que contar una historia, extender ante nuestros ojos, entre las páginas de Bermellón, muchos de los retos y sentimientos que independientemente de la época, los seres humanos tenemos encerrados y al mismo tiempo nos muestra una puerta abierta, esa puerta que permite dar un paso más, el paso a la esperanza, el paso necesario para realizar los más íntimos deseos.

Rosa Galán

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